La mayoría de las personas con hipertensión no presentan síntomas secundarios a la misma. No obstante, cuando estos aparecen, suelen ser secundarios a lesión de órganos específicos.
La hipertensión puede ocasionar hipertrofia e hiperplasia (aumento del tamaño y del número) de las células musculares lisas, todo esto produce un aumento del grosor de la pared arterial, así como disminución de la distensibilidad y de la luz de la arteria, todas estas disfuncionalidades llevan a un mayor aumento de la presión arterial. La hipertensión arterial también puede lesionar la capa más interna de las arterias, estos cambios en la pared arterial hacen más débiles a las arterias pudiendo ocasionar aneurismas (dilatación de la pared del vaso sanguíneo localizada) de la aorta y ruptura de los mismos.
La elevada presión arterial produce una dificultad de las células del corazón para expulsar la sangre a través de los vasos sanguíneos, el corazón compensa esta dificultad aumentando el tamaño del mismo, sin embargo esta compensación produce además un aumento de la producción de colágeno en el corazón lo que termina por deteriorar la distensibilidad de la pared ventricular, llevando ultimadamente a una insuficiencia cardiaca.
La elevada presión en las arterias puede también ocasionar que estas se rompan y produzcan microsangrados en diversos órganos de nuestro cuerpo, en el sistema nervioso central pueden ocasionar derrames cerebrales y otras encefalopatías, en la retina estas alteraciones pueden llevar a una pérdida paulatina o súbita de nuestra visión.
En el riñón el aumento de la presión arterial lleva a un aumento del grosor de las paredes de las arterias que nutren a este órgano, llevando a producir alteraciones funcionales en el mismo y en última instancia una enfermedad renal crónica.
Las paredes de los vasos se engrosan, esto evita que los vasos sanguíneos se estiren, se vuelven rígidos y se incrementa la presión arterial.